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EXCURSIÓN AL PICO DE "LA GIRALDA" (16 / 11 / 2003)

 

 

Después de la manta de agua que cayó en Granada la tarde del sábado y aún seguía cayendo la madrugada del domingo, estábamos Jeda y yo casi convencidos de que la excursión que habíamos preparado con tanta ilusión no sólo iba a estar pasada por agua, sino que seguramente se suspendería por falta de personal. Pero cual fue nuestra sorpresa cuando aparecieron a las 8,30h. hasta doce compañeros tan decididos a acompañarnos a la Giralda, pese a los negros presagios del cielo, que fuimos condescendientes en esperar a que desayunaran unos cuantos sin recordarles lo convenido de venir listos.
Salimos los catorce que estábamos en los vehículos, sobre las nueve, en dirección a las Albuñuelas, el pueblo más pintoresco y escondido del Valle de Lecrín, que en árabe significaba valle de la alegría, que haciendo honor a su nombre nos recibió con un espléndido sol inundando su maravilloso valle de naranjos. Comenzamos nuestra andadura desde la plaza del pueblo, como tiene que ser, recogiendo las miradas curiosas de los lugareños y algún que otro consejo: “ uhh, aver onde os vais a meter, mira questán los caminos perdíos y hay muncho monte, y con las nubecillas de lo arto hay que andarce con cuidao...”. Dejamos atrás las últimas casas y por por una preciosa vereda empedrada bajamos al río de las Albuñuelas entre naranjos, pomelos, nisperos.... Cruzamos el puente e iniciamos el ascenso por la otra vertiente del río. Un poco más adelante paramos a hacernos la obligada foto ante una atractiva panorámica. Abajo el pueblo de Albuñuelas entre las paredes calizas, tan bien asentado que parece mentira que se viniera abajo con un terremoto que sacudió la zona en el siglo XIX. Al fondo del paisaje tenemos el valle de Lecrín y en todo lo alto el pico nevado del Caballo . Esta sugestiva estampa nos acompaña un rato hasta cruzar el Barranco de las Cabezuelas, para luego llanear por un almendral. En una hora estamos en el Barranco de las Cuevas la subida más idónea para ascender a la cuerda, ya que el resto de ramblas están bastante cerradas de vegetación. La subida progresiva por la rambla arenosa con trancos calizos cómodos de trepar resultó amena entre un pinar salpicado de vegetación autóctona. Alvaro nos fue también entreteniendo por el camino identificándonos diversas variedades de setas, cuyos aprovechamientos culinarios estamos todos deseando que nos los de a probar.
En una hora despachamos la rambla y alcanzamos la cuerda, surcada por una pista forestal. Teníamos sobre nuestras cabezas, imponente, la cima de la Giralda, pedregosa y agreste, con unas nubes veloces cubriéndola a intervalos. Optamos por subirla directos, sin rodeos que restaran mérito a su salvaje orografía. El viento frío añadió aliciente a la dura subida y en veinte minutos estábamos coronando la cima de la Giralda, que aunque no llegue su altura a los 1.500mt. es un pico de la baja montaña respetable. Las vistas que se pueden disfrutar desde aquí son espectaculares, aunque la niebla caprichosa nos dejó ver sólo algunas: la costa mediterránea, el valle del Guadalfeo a la altura de Orgiva, los pueblos de Nigüelas, Lecrín, Chite, Murchas, Acequias... No nos entretuvimos demasiado en las alturas y comenzamos a destrepar por la cara este del cerro para luego rodearlo por el carril. Bajamos de nuevo la rambla y giramos a la derecha frente a unas gigantescas cuevas, utilizadas desde la Prehistoria y que hoy son apriscos de ganado. Lo abrupto de este territorio y la abundancia de grietas, cuevas y simas, hizo que en esta zona durante la rebelión de los moriscos en el siglo XVI tuviera lugar episodios sangrientos, ya que los moriscos conocían como nadie estos parajes, donde se hicieron fuertes.
Dejamos atrás los últimos pinos para entrar en zona de cultivos de olivar, almendros, etc. Paramos a comer durante una media hora, disfrutando de las viandas ajenas, y sin perder tiempo, ya que el cielo amenazaba lluvia, comenzamos a descender junto a un olivar digno de admiración, donde los hombres que durante generaciones los han cultivado, han conseguido obtener de un auténtico pedregal el maravilloso jugo de la oliva, a base de extraer ingente cantidad de piedras, perfectamente dispuestas en sus balates, para dejar espacio al olivo.
A pocos minutos estamos sobre el pueblo de Saleres, a vista de pájaro. Naranjos, limones, algarrobos, aguacates..., nos reciben en la serpenteante y vertiginosa bajada. Más fotos en el río de las Albuñuelas y cruzamos río y pueblo para iniciar la última fase de la jornada, ya con un espléndido sol. La vereda es un pretil sobre el valle inundado de naranjos. Un digno remate a un inédito itinerario. Alcanzamos el pueblo de las Albuñuelas siete horas después de haberlo dejado y con un desnivel en nuestras piernas de más de mil metros.

 

 

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