Tempraneros, rondando el primer clareo del día a poco más de las siete de la mañana, acudimos a la convocatoria de Ana para trepar por el Aguilón del Loco y el Rayal, la Cazorla serrana con sus torres más oriéntales en los límites de Jaén y Graná. Fuimos muchos los llamados y pocos los elegidos: Carlos, Pablo, Chari entrando en escena por vez primera, Kika, Elena, Mara, Jesús y el que esto escribe, también nuevo en la plaza pero ya cada vez menos.
Superado el puerto de Tiscar y ya con el pie a tierra a eso de las 09.30, iniciamos con entusiasmo el ataque a los torreones que se nos abrían a la vista. Para animar el primer tramo de carril, Ana, nuestra comandante en jefe, consideró a bien una incursión salvaje por la selva que nos rodeaba. Casi sin darnos cuenta nos encontrábamos en batalla cuerpo a cuerpo con ramales de jaramagos, zarzas y pinchosas varias en un túnel de matorral que parecía querernos atrapar. Aquí entró en escena la serpiente que, colgándose de rama en rama, no daba crédito a la entusiasta tropa que sus ojos veían. ¡¡Si es preciooosaaa!! exclamaba Elena con su entusiasmo habitual mientras el ofidio, rascándose su triangular cabeza y algo aburrido, nos sacaba la lengua en su lenta huida.
Ya animada la fiesta, comenzó el revoloteo de "la gente" del bosque: el dornajo con sus aprendices de batracios recién eclosionados y aún en su forma de renacuajo, el alevín de lagarto ocelado que dedujimos de género femenino por las afiladas uñas que ostentaba. Más arriba, a contraluz del azul intenso del cielo, bandadas de chovas y buitres de todo plumaje surcaban la verticalidad que nos separaba del Cerro Villalta que con sus 1956 metros marcaban nuestro primer reto. Kika, ya exhausta de tanta emoción primera, decidió con buen juicio dejar al resto de la panda culminar tan azarosa aventura y tras un refrescante remojón en el arroyo que nos encontramos, decidió volver y esperarnos descansadamente en el punto de partida.
Ya arriba, de tú a tú con el espectacular vuelo de las enormes rapaces reinas de estos cielos, la tropa mulhacenera comenzó a extasiarse con las vistas de las alturas y a jugar con los nombres de los hitos que surgían a nuestra vista: "¿aquel que despunta? el Empanadas, qué va, ese es el Banderillas!, entonces , detrás estará el Yelmo, no?" Justo en frente el Cabañas y ya en progresión lineal, la cuerda de los Agrios, el Picón del Guante (1934mts) y el Rayal (1832mts). Poco a poco, en entusiasta avanzada, andando sobre brotes de bella y nívea roca caliza, fuimos conquistando almena tras almena hasta que por fin, ya cuando los rayos de sol eran poco más que caricias, divisamos abajo en la lejanía, nuestros coches con Kika, su guardesa.
Tras casi una hora de descenso y con nuestras secas lenguas anhelando refrescante zumo de cebada con el que enjuagarse, subimos raudos a las cuatro ruedas y tras una deseada lavativa en el agua serrana que a caño lleno salía de la fuente de la ermita de Tíscar, pusimos rumbo a Cuevas del Campo, donde entre platos de pollo asado, choto, ensaladas varias y litros y litros de helado brebaje amarillo, esta tropa sonreía satisfecha y contenta de haber culminado juntos la feliz aventura.
César
El Nuevo en la plaza (pero cada vez menos)