Crónica de un día donde si hicimos una buena elección.
Mientras los colegios electorales se ponían en marcha, los montañeros del club Mulhacén, ya estaban reunidos. Puntualidad suiza, como exigía el guión y escasas divagaciones. Ana nos llevaría en este día a un paraje, que estoy segura que lo lleva en su corazón.
Bien tempranito hacia las nueve, ya enfilábamos muy animosos hacia el Collado de Matas Verdes. El comienzo de la caminata, animado por el encuentro con amistades, y por la frescura del bosque nos hizo muy liviana la partida. Las peonías recién desperezadas nos mostraban su radiante vestido. Y las orquídeas más descastadas se asomaban a nuestro paso.
Remontamos hacia el Collado del Pino, donde se reagrupó el variopinto grupo, compuesto por juventud y madurez. Ibamos acompañados por Bruno, el perro de Antonia, que duplicaba los kilómetros de la excursión con la velocidad de un galgo, nunca dejando atrás a su dueña.
Giramos a la derecha enfilando la loma de Dílar, donde divisamos una buena manada de cabras. Allí hicimos una primera parada para reponer fuerzas. Luis Ordóñez batió el récord de despliegue de viandas para que a sus hijos Luis, María y Elena , los jóvenes del grupo no flaquearan en ningún momento de la jornada.
Continuamos el camino y llegando a la altura del Peñón de Dilar, ya divisamos aquellas cascadas abriéndose camino a través de roca agreste y hostil, Las Chorreras del Molinillo. Atravesando el rio Dilar, Bruno, la mascota del grupo pegó un resbalón y Luisito rápido intentó su rescate, llevado a buen puerto con la ayuda de los mayores.
Cuando llegamos a los pies de las Chorreras, hubo sesión fotográfica, con móvil, cámara e incluso trípode, cada uno intentaba captar el mejor rincón o la mejor sonrisa, a su manera. Algunos más intrépidos posaron incluso debajo de la cascada.
Sin demorarnos en exceso en aquel escenario de la naturaleza, remontamos por un cascajal hacia la parte alta, donde Elena y María demostraron que son chicas todoterreno, dejando perplejo a más de uno.
Luego, a la vera del río, en un paraje, donde nuestra incansable guía no nos hubiera parado, un poco fresco y venteado, por fin nos tocó sacar nuestro bocadillo. Hubo desfile de berenjenas, couscus, quesos variados, embutidos, tomates, etc. Todo regado con vino Córcovo, agradeciendo pues a Paco su porteo. Y a los postres lluvia de chocolatinas, lanzadas por Carlos.
Después de comer y estirarse un poco. En Suiza, eso de la siesta no existe, y además las urnas nos esperaban a más de uno. Así que se decidió iniciar la vuelta y nos encaminamos hacia la loma de Peñamadura.
Al principio el camino fue campo a través, sorteando todo tipo de vegetación, un aquí te pillo, aquí te mato. Y luego llegamos a un sendero más marcado, donde pude contemplar una vista majestuosa y diferente del Trevenque y sus vecinos Alayos. Continuando la ruta llegamos al GR 240, y cruzamos un robledal magnífico cuyos árboles gozaban plena salud con unas hojas fuertes y rabiosas, orgullosas de pertenecer a ese paraje.
Bajamos al río Dílar, una vez más atravesándolo esta vez por un puente más civilizado, despidiéndonos de él hasta la próxima.
Aquí ya se notaba nuestro cansancio y se acusaba más la sed y el calor. Sin embargo, una vez más sin prisa pero sin pausa, nos desabrigamos para remontar de nuevo. Pasando hacia el Collado Chaquetas y por el Collado del Tejo, donde aquellos enormes pinos, nos hacen sentirnos pequeños.
Y por fin al reconocer la Casa Forestal de la Cortijuela, me dije a mí misma, prueba superada. Después de una larga temporada en dique seco, comprobé como la montaña me había acogido de nuevo, y que una parte de mí reside y sueña en ella.
Muchas gracias a Ana por llevarnos hasta allí a este grupo compuesto por Antonia, Carlos, Jesús, Paco, Guillermo, Pablo, Luis, Mari Paz, Luisito, María, Elena, Ferrán y Paloma.
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