La correa de transmisión. Sin reuniones previas y con zozobras en las fechas se acercaba el día de comenzar esta aventura y no acabábamos de tener claro dónde íbamos y con quién.
El caso es que el lunes 5 de agosto a las 7 de la mañana nos juntamos en el lugar acostumbrado 7 miembros, siete, del Club Mulhacén. Algunos nos conocemos de siempre, otros encantados de conocernos hoy, incluido el conductor de nuestra lanzadera particular, señor Jaime Palacín.
Dirigidos y capitaneados por el ínclito Paco Luis Espigares y compuestos por: Jesús García, el webmaster; Joaquín, Quín; Alfredo, el alférez; Isa Blánquez y los escribientes Isa Valverde y Miguel Parejo, comenzamos la aproximación al Refugio Postero Alto, con parada previa en Guadix, donde las tostadas de jamón con tomate y aceitillo son como las alfombras voladoras, no porque vuelen sino por su extensión y volumen.
A las 10 de la mañana comenzamos el caminito hacia el Alhorí y nos dio mucha moral adelantar a tres grupillos de montañeros, que eran más globeros que nosotros. El "Lorenzo" apretaba de lo lindo e hicimos acopio de agua en los últimos veneros del nacimiento de este río. Unas nubes en lontananza comenzaban a amenazar con darnos una ducha masiva y así llegamos al Picón de Jérez donde nos sorprendimos con la nueva moda montañera nevadensis de los hitos de cumbre de piedra construidos fenomenalmente con la técnica de la cuerda seca (piedra pelá y mondá, sin argamasas que la compacten, ¡asombroso!, ¡qué panzá de trabajar se han dado algunos).
Con más alegría y fluidez en el paso superamos el Cerro de las Tres Lindes, también llamado Puntal de Juntillas (otro hito) y segundo tresmil del día.
Por Tajos Negros de Cobatillas aún quedaba un respetable nevero en la cresta que utilizamos para refrigerar neumáticos y pinreles, que buena falta nos hacía (tercer tresmil). La cuerdecita se fue empinando hasta llegar al Puntal de los Cuartos (cuarto tresmil, valga la redundancia) desde donde se divisa toda su cuerda con nevero discontinuo desde la cota dosmil.
Algún miembro de la expedición ya tenía problemas de suspensiones y agarre en los neumáticos traseros, usease los pinreles jodidos, y comenzaba a resoplar pensando en lo que quedaba de día. De aquesta guisa superamos el Puntal de los Escarpes que estaba lleno de nieve y bajamos, con fuerte viento, hasta el Collado de las Buitreras, donde nos reagrupamos y tomamos un piscolabis para iniciar la subidita, corta pero matadora, hasta el Pico del Cuervo (quinto tresmil del día).
La bajada del Cuervo fue complicadilla por estos problemas de agarre y de flaneo de suspensiones. Unas rocas desprendidas en el farallón superior de la Laguna de Vacares retrasaron algo el paso y la subida hasta el Puntal de Vacares, donde descansamos e hicimos uso de los móviles antes de bajar hasta las Lagunas de las Calderetas donde pernoctamos (es un decir). La bajadita pedrusquera fue de órdago.....algunas suspensiones echaban humo y algunos pinreles estaban sobrecalentados.
¿Dónde me pongo, cuál es tu cuarto de baño, para quién es la suite...? Con estas disquisiciones preparábamos la sopa y fabulábamos con los zorros ladronzuelos, tanto que con la llegada de la oscuridad parecía que Antonio Banderas, con antifaz y capa, estaba detrás de cualquier roca en las proximidades. En una acogedora corraleta y después de la pitanza nos dispusimos a dormir en compacto pelotón: ¡qué mira que funda vivac más bonita tengo!, ¡mi saco es de plumas!, ¡sácame el codo de la boca!, ¿nos mojaremos esta noche?, ¡aquello que brilla es un satélite geoestacionario!, ¡pues yo creía que era un murciélago con chaqueta de goretex!, ¿dónde estará mi carro? ¿y la osa mayor?... ¡pues cerca del oso!...
Con estas disertaciones filosóficas, y otras por el estilo, fuimos entrando en los brazos de Morfeo, más por el cansancio y la panzá de sopa de sobre que por otra cosa, salvo Er Pacoluí, que como experto se llevó sus auriculares y se puso Radio Nacional de España, Todo Noticias, y se quedó estragao, vamos como una momia egipcia. Cuando llevábamos un rato de silencio y cada uno se concentraba en el crujir de sus huesos dentro del saco, se oyó un desgarrador grito en la noche que despertó a tó bicho viviente en tres kilómetros a la redonda (menos a Pacoluí que seguía en estado de coma profundo). Toda la corraliza se puso alborotá... ¿qué ha pasao, qué ha pasao, qué ha sido eso...? Teorías de todo tipo surgieron de inmediato: ¿era un grito humano o de alguna alimaña depredadora, era el prefacio de una abducción alienígena, la apertura de una puerta multidimensional cuántica o alguien que se había pillao un güevo con la cremallera....? Tal vez fuera el zorro caldereteño que ronda en la noche a los incautos montañeros que invaden sus dominios nocturnos... La siguiente hora fue un continuo encadenamiento periódico entre silencio y risa tonta contagiosa... Cuando parecía que ya estaba la tropa dormida alguien (especialmente alguna) comenzaba con la risotada reprimida y el coro de carcajadas sin mucho sentido invadía el silencio caldereteño.
Dejemos en la duda la solución de este enigma, pues así se retroalimentan la imaginación y la fantasía en una noche de luna nueva, contemplando la Vía Láctea después de mil novecientos metros de desnivel positivo y seis tresmiles en la buchaca, despiertos (el que durmiese) desde las 5 de la mañana y tras 10h. de caminata.
A la mañana siguiente y tras las abluciones de rigor, el desayuno calentito, buscar la lentilla de Miguel infructuosamente durante media hora, reparación de neumáticos y masajes en los muslámenes a algún acalambrado miembro del clan, subíamos de mañanita la Raspa de los Acucaderos, camino de la base del Vasar superior de la Alcazaba bajo el Puntal del Goterón. Algunos pensábamos que subiríamos a cumbre por el famoso canuto... pero no, nooooo, eso es fácil, nosotros ¡¡¡¡al Espolón!!!! Tras superar algún neverillo llegamos a la repisa que da vista a la Laguna de la Mosca y toda la vertiente norte del Mulhacén y nos encaminamos a iniciar la gran trepada del espolón; previamente el guía nos dio la charla física, técnica y táctica de escalada de supervivencia en pared acojonante y con mochila grande y pesada... ¡al ataqueeeerrr! Si os fijáis en las fotos, poco hay más que contar...la garganta seca, las piernas temblonas, los dedos desollados y miradas siempre hacia arriba (el acojone se mitigaba mucho con las cancioncillas de ánimo de Jesusito). Se comprenderá la euforia en cumbre de los que no estamos acostumbrados a estas faenas. Preciosos hitos de piedra de nueva construcción en ambas cumbres de la Alcazaba.
Después del descansillo pensábamos relajarnos en la bajada a Siete Lagunas....pues fue que no.... Er Pacoluí nos despeñó vivos bajando la cara oeste del Puntal de la Cornisa. Aquí las cancioncillas de Jesús ya se cantaban a coro por el Orfeón Mulhacenero acojonado... (¡Ay Pacoluí, Pacoluí!, ¿dónde me metes tú a mí?)
Menos mal que a la mitad de la bajada, y como íbamos tan pendientes del suelo que pisábamos, el Parejo encontró unas matas de manzanilla real y entre las fotos y los comentarios se difuminó algo la congoja reinante.
A mitad de la arista del Collado de Siete Lagunas hicimos un descansillo al pie de un nevero, y si mirabas al este no te explicabas por dónde habíamos bajado del Puntal de la Cornisa y al oeste te preguntabas con angustia por dónde subiremos la cara este del Mulhacén (¡mamáaaaaa!, ¡Ay Pacoluí, Pacoluí!, ¿dónde me metes tú a mí?). Un nevero retozón y malencarado nos impidió el cresteo de la arista oriental del Mulhacén y tuvimos que superar un canchal, desviándonos al sur, volviendo luego a la trepada final al techo de la Península Ibérica. En esta cumbre más que euforia lo que había eran suspiros por doquier de alivio y de prueba superada (¡ay mamá, qué panzá de trepá y destrepá!). El resto del camino hasta el Refugio de la Carihuela del Veleta sin nada que reseñar. Lo bueno empezó en el refugio....
Isa y Miguel se adelantaron para coger sitio y los niños (Jesús y Joaquín) se hicieron el Cerro de los Machos de propinilla.... ¡qué no habían tenido bastante!
Al atardecer estábamos los siete solitos esperando la llegada de Eduardo Galdo que se unió en este punto al grupito. Nos relamíamos pensando en el vino que traía y que serviría de somnífero para mitigar el concierto de ronquidos que suele amenizar estas noches en altitud. Antes que Eduardo llegaron dos chavales con dos niños y un perro, con unas ropas algo estrafalarias y un material de montaña bastante inusual.... Fumaban unos cigarrillos muy olorosos que perfumaban el ambiente dentro del refugio, y entablamos conversación: ¿de dónde somos?, ¿de dónde venimos? Y.......¡¡¡¡coooññooo!!!! pero si son de mi pueblo, de una aldea común, familia de los "Chacholipes" y primos de los "Nevaos".... Su abuela era "La Nazarena" y vivían al lado de "Los Melguizos"...¡Qué chico es el mundo!
Por fin llegó Eduardo con la sangre de Cristo resucitadora y en la mesa del refugio tres infiernillos no daban abasto a calentar sopas, espaguetis, tortellini, lomo adobado en sartén con tortitas de trigo y embutidos y quesos varios.... ¡Con razón llevaban esos mochilones....! Todos menos Er Pacoluí que apenas bebe agua, lleva una mochila muy chiquitilla y poca comida... como los demás le íbamos dando... Llegó a su casa con más comida de la que salió. ¡Usted sí que sabe!
Cuando todo parecía en calma aparecieron por el refugio dos personajes de "pinícula". Un tipo de mediana edad en pantalón cortito, dando saltitos, totalmente espeluznao y sonriendo a todo el mundo. No hablaba, por tanto se le bautizó como "Er Múo" y le acompañaba su escudero, gris, adusto y malafollaílla... por ser caritativo. El chico poco hablador entraba y salía del refugio cada hora, hacía gimnasia, resoplaba, daba saltitos y sonreía, hubiera o no alguien delante. Entre estas circunstancias y los efectos amplificadores del fruto de la vid en el ronquido, la noche fue toledana y a eso de las 7h. ya estábamos preparando café, ante las protestas del escudero que, sin la anuencia de su D. Quijote, pidió respeto para los que aún dormían y fue contestado con cajas destempladas ya que la noche anterior, bastante tarde, Eduardo le invitó a que se acostara con la indirecta de ¡"quillo, no comas más que te vas a poner malo"!.
Quín y Miguel bajaron al riachuelo bajo el ventisquero a por agua, ya que la nieve estaba como "la peana de un santo" y hubieron de usar bastones, piolet y todas sus artes equilibristas para no darse una costalada de cómo estaba el blanco elemento. Después del desayuno tocó recauchutar neumáticos, poner Compeed, gasas, tiritas, etc., etc. ya que algunos tenían los pies como "la pata Perico".
Algún miembro de la expedición preguntó por la posibilidad de abandonar e irse a coger la lanzadera a las Posiciones del Veleta, pero se le aconsejó que no.... ¡si de aquí al Caballo es un paseo, con desnivel negativo, cuatro ratillos y ya está! A lo largo de la mañana se acordaba de esta frases cuando cresteaba los Tajos de la Virgen y la nombraba no de forma muy cariñosa.
El resto del día nos acordábamos de nuestros compañeros de hospedaje: los Chacholipes, Er Múo y su escudero, y crestea, cresteando llegamos al Collado de la Laguna del Caballo, donde habíamos quedado con nuestro conductor Jaime, que había subido a cumbre para aprovechar el viaje y nos recomendó dejar las mochilas junto a un nevero y él las cuidaba mientras hacíamos cima. Luego las fotos de rigor, pensábamos lo ricas y fresquitas que estarían las cervezas prometidas por Jaime al llegar al coche, sito en el Mirador del Torrente, Loma Los Tres Mojones. Pero, ¡¡¡¡¡ohhhh, sorpresaaaaa!!!!, al excavar la nieve de donde estaban las mochilas comenzaron a aparecer latas de nuestra Alhambra, tipo Pilsen, querida, y ¡no era un espejismo! Con razón algunos en cumbre decían: ¡no me tomaría una, ni dos sino tres cervecitas muy heladas!, y es que estaba compinchao con Jaime.
Mil metros de desnivel subiendo a cuestas 24 latas de cerveza más sus respectivos aperitivos de acompañamiento: pistachos, almendras, patatas, palomitas, etc. ¡¡¡¡Un festín!!!!! ¡Gracias, Jaime!".... con dos "...oones".
Ya relajaditos bajamos al coche y comenzamos a paladear "la caló" que casi habíamos olvidado. Paradiña técnica cervecera en El Zahor de Dúrcal y llegada a Granada donde antes de cada mochuelo a su olivo Alfredo nos obsequió con unas botellas de vino de elaboración propia que degustaremos con sumo placer.
El subtítulo de la Integral, La correa de transmisión, es la idea principal que nos queda después de estos tres días intensos y peculiares. Siete personas se embarcan en un recorrido fuera de la civilización y comparten comida y dormida todo el tiempo; unos aportan sus conocimientos de la montaña, otros su juventud y entusiasmo, otros su sorpresa al descubrir el mundo de un recorrido de alta montaña siendo autosuficiente, otros colaboran con su buen humor y su alegría y así la correa de transmisión cumple su finalidad. Incluso los más veteranos cuentan cómo otras personas les enseñaron a superar las dificultades orográficas y lo más importante, a superarse a uno mismo, a exponerse, a salir de la civilización y sentir la naturaleza salvaje y pura de nuestras privilegiadas cumbres. Algunos salimos hacia Postero Alto con inquietud y zozobras que acabaron transformadas en euforia, amistad sincera y experiencias inolvidables. Terminamos en Granada con un sentimiento de profunda satisfacción y paz interior.
Gracias a todos por aguantarnos y animarnos unos a otros y, especialmente, a Paco Luis por ser el artífice y director de esta singladura.
Sabemos que es una crónica larga pero la ocasión lo requiere, creednos si os decimos que esta crónica sólo refleja una mínima parte de lo vivido y compartido.
Hasta el año que viene. Isa y Miguel.