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EL domingo 15 de mayo 14 mulhaceneros: Ana Crespo, Ana Quintana, Marisa Rodríguez, Ferrán, Carmen, Pilar, Ramón, Maite, Paco Bedmar, Kika, Arielle (Y Yago), Fernanda Hita, Emilio y el que escribe, seducidos por la propuesta de Kika realizamos con éxito, - mucho gusto-, el penúltimo episodio de la temporada de “A pie por la Historia”.

El lugar elegido fue el Parque Natural Acantilados de Maro – Cerro Gordo localizado entre las provincias de Granada y Málaga, donde visitamos en primer lugar la Torre de Cerro Gordo. Seguidamente, desde el aparcamiento de la playa de El Cañuelo, en la N.340 realizamos una preciosa ruta senderista que une esta playa malagueña con las granadinas de Las Doncellas y Cantarriján.

Comenzamos el relato en el mirador de Cerro Gordo, al que se accede abandonando por la derecha la N.340 viniendo de La Herradura, justo antes del túnel. Allí Arielle nos presenta a su “nieto” el cánido Yago, e iniciamos el breve paseo de 10 minutos hasta la atalaya de Cerro Gordo. La senda transita por un bosquete aclarado de pino carrasco, entreverado de los arbustos y matorrales litorales más comunes, que medran con notable éxito debido a la humedad. Abundan el lentisco, el palmito, la coscoja, el espino negro, arto y cambrón entre los arbustos. Romeros, retamas, y aulagas destacan entre el matorral alto. Jara blanca, asteriscos, phomis y cantuesos dan color floral junto a algunos algarrobos aislados. El panorama que desde aquí se domina es excepcional. Si hacia el este se dibuja completa la hermosa bahía de La Herradura, girando la vista hacia el oeste aparecen, sobre el fondo de los montes de Mijas, Nerja y Maro. Desde éste, hasta Cerro Gordo, se extiende el espacio natural protegido, donde lucen, entre los abruptos acantilados, las playas de El Cañuelo y Cantarriján, bien guardadas por las torres vigía del XVII: de Maro, del Río de la Miel, del Pino, de la Caleta y Cerro Gordo.

Para completar el cuadro, impresiona, en primer término, la mole pétrea de Cerro Gordo, que se abisma, cerca de Cala Manzano, en la “apacible” quietud del mar.

Dicho esto con el permiso de Kika, que chuleta en mano, se afana en “convencernos” de que, según recogen crónicas del XVII, y corroboran tesis recientes, algunas galeras de la flota de Felipe II “duermen” bajo estas aguas.

De regreso, Emilio sorprende, entre un matorral de espino negro (Ramnus Lycioides), un ejemplar adulto de camaleón (Camaeleo Chamaéleon), un tesoro secreto, sin duda.

Nos desplazamos en los vehículos hasta el aparcamiento de la playa de El Cañuelo (“los Cañuelos en algún mapa) con objeto de iniciar allí el paseo matinal que justifique el almuerzo. Tomando a la izquierda el amplio carril, peatonal hasta el verano (con servicio regular de transporte de bañistas, en periodo estival), y tras diez minutos enlazando vueltas y más revueltas, el panorama se abre, apareciendo, como una sugestiva estampa, el extremo este de la playa, limitado por un costrón litoral del que sobresale una roca en forma de vela. Por detrás, se perfilan Cerro Caleta y su atalaya vigía. Bajamos al centro del basto arenal playero y mientras Yago disfruta del baño, nos hacemos algunas fotos de grupo sobre el fondo oeste, rematado por la Torre del Pino. Reanudamos la marcha hacia el Peñón del Fraile. El grueso del grupo “dibuja” el rompeolas, yo transito por el borde interior “cazando” bellos ejemplares de “asteriscos”, azucenas marinas (Pancratium Maritimun) “Limonios”o “Eringeros” , pero, donde hoy reina, sobre el resto, excelsa, la amapola loca (Glaucium Flavum), sorprendida en su esplendor primaveral. “Rápidamente” me sumo al grupo, nos despedimos de Arielle y Yago, y cruzamos por el costrón rocoso a la pequeña cala que forma el Peñón del Fraile. El breve tránsito permite burlar las mansas olas sin mojarse, aunque algunas “miden” la fresca temperatura del agua descalzas. A continuación, abandonando la cala, iniciamos una empinada senda, que nos encarama, en unos 10 minutos, a un puesto de vigilancia en ruinas sobre el susodicho Peñón. El paraje merece una breve parada, porque disfruta de unas vistas espléndidas. Aunque atrás hemos dejado El Cañuelo y la cala del Fraile, ahora contemplamos delante, como simulado anfiteatro, la Playa de las Doncellas ( por el pez Coris Julis), coronada por el imponente Cerro Caleta. También “atendemos” a Kika, que pretende que memoricemos el nombre de las atalayas que vamos avistando. La de Maro, la del Río de la Miel, la del Pino y –frente a la que estamos sentados- la de la Caleta. Prosigue con el “cuento imperial”, explicando que nos son “moras” sino cristianas. Y que fueron construidas en el reinado de Felipe II, para alertar de las incursiones de los piratas berberiscos. Abandonamos el privilegiado “mirador”, ¡hay cola¡, y en ligera subida ponemos rumbo a la falda de Cerro Caleta. Lo alcanzamos enseguida, desviándonos allí, en el primer cruce, a la restaurada Torre Caleta. Dispuestos frente al profundo mar calmo nos distraemos con el vuelo de las gaviotas reidoras (Larus Ridibundus) , Argenteas o sombrías (Larus Fuscus) que cruzan el acantilado. Éste, frecuentado también por cormoranes negros, mantuvo, hasta “los 80”, poblaciones estables de Águila pescadora.

Volvemos a la senda general, que, girando a la derecha, primero llanea durante 8 minutos y luego en subida, durante 15, va subiendo hacia el collado, desde el que ya se divisa Cantarriján. Nos sorprende una exuberante vegetación parecida a la observada en Cerro Gordo, que dominan pinos, palmitos y lentiscos; menudean los algarrobos y coscojas, representando al bosque original; y, medran con éxito, aladiernos, artos, labiérnagos y espinos negros entre otros. Es novedad exclusiva del lugar el boj.

Cuando comenzamos a descender, el idilio natural se destruye, porque llega hasta nosotros el ruido provocado por el permanente trasiego de coches que suben, bajan o aparcan junto al chiringuito playero. Interceptamos la rambla seca del arroyo de Cantarriján en 10 minutos. Bajándola, presenta una vegetación intrincada, compuesta por cañas, adelfas, ricinos, higueras y zarzaparrillas y la evidencia del paso de recientes crecidas. Por fin salimos a la playa, nuestra “entrada en escena” sin glamour, irrumpiendo “a traición” por el desagüe de la rambla y cruzando entre el chiringuito y las inevitables tumbonas, a la par “jardín de las delicias” y “hoguera de las vanidades”, es presa de “feroces” miradas condenatorias, pues parecemos presos andrajosos cubiertos de feos trapos de montañeros lunáticos. Entendido el mensaje, pero, dispuestos a descansar un poco, mientras entretenemos el estómago, nos sentamos junto al saliente que divide la playa en dos, y tratamos de “mimetizarmos” como la Sarcocapnos Crassifolia de la pared. Mientras nos “acomodamos” sigo a Ramón y P. Bédmar que vuelven ya de “explorar” la otra parte de la playa pasando a través de una oquedad del saliente, que desconocía. Nos disponemos a disfrutar compartiendo las viandas, pero, mientras ofrezco “el tres RRR, maracenero”, “afectado” aun por el incidente que acabamos de protagonizar, voy preguntándome: ¿-¡vamos a ver!-, contamina el senderismo en tropel? Sin duda; me respondo. Pero, concluyo también. Me parece que el nudismo masificado es una ordinariez hortera con bronceado integral. “Sobrecalentadas las neuronas” pido y me conceden un baño “rapidillo”. Sin más preámbulo, desnudo, disfruto del fresco mar, braceando algo, y, poco después Fer también prueba el agua.

Recogemos, abandonamos la playa y volvemos a la rambla, que vamos subiendo hasta que llegamos a un “cortijo” con frutales tropicales y una somera huerta. Aquí, girando a la izquierda, tomamos un carril semioculto que conduce justamente al aparcamiento de la playa de El Cañuelo. Las Águilas, que sobrevuelan Cerro Caleta, nos despiden hasta nueva ocasión, pero la jornada no termina aquí, sino que tiene su merecido colofón en el restaurante DIS- TINTO del paseo de la Herradura, reservado por la mañana por Ana Q.

 

VER REPORTAJE FOTOGRÁFICO COMPLETO DE: Pablo Cano

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